«La guerra», dijo Heráclito, “es el padre de todas las cosas”.

Hay una guerra eterna en este mundo, y no debemos rechazarla.

Como la guerra no es el único amo y señor, Marte fue en una alegoría «detestado» por los dioses por ocuparse sólo de la guerra sin sentido: Pero cuando a Marte se le negó audiencia en los momentos de guerra mental necesaria, así lo llamaron los cimientos del Olimpo, porque la fuerza que representa no puede negarse.

Del mismo modo, en nuestras vidas hay paz y hay guerra. Nuestros Dioses nos conducen a la guerra más importante de todas, y quieren que luchemos: La guerra contra la ignorancia interna, la oscuridad, la debilidad y la decadencia.

Puesto que el universo está construido tanto sobre la paz como sobre la guerra, cualquier enfoque de la vida no puede centrarse sólo en una de las dos.

Padre Satanás nos ha dictado que habrá un tiempo en el que la negatividad será lentamente reemplazada por la positividad en este mundo, pero este tiempo sólo llegará cuando avancemos y progresemos tremendamente - y estamos muy lejos de este estado.

La llegada allí se producirá a través de nuestra Guerra, una necesidad para nuestra evolución. El estado actual de dualidad en el mundo es actualmente un fundamento que no se puede negar en esta realidad.

La guerra puede mitigarse y debe evitarse. La guerra representa la forma última y más temeraria de competencia; hay otras formas mejores de manifestarla.

Hasta entonces, en conjunción con el realismo y el orden natural, la guerra es innegablemente un aspecto más de la vida. Debe aceptarse, evitarse o incluso practicarse en circunstancias muy necesarias de acuerdo con la Sabiduría.

Desprovisto de Sabiduría, el poder que Ares representa sólo será una forma detestable sin esencia para sí mismo.

Debemos aprender a luchar e incluso a destruir, pues sólo así podremos escapar de este Antiguo gobernante bruto de la vida. Ganando la guerra interior, evitaremos la guerra exterior.